sexta-feira, 1 de outubro de 2010

Venerable PIO XII : Por tanto, deben todos tener bien sabido que no se puede honrar dignamente a Dios si el alma no se dirige al logro de la perfección de la vida, y que el culto rendido a Dios por la Iglesia, en unión con su Cabeza divina, tiene la máxima eficacia de santificación.Es cierto que los sacramentos y el sacrificio del altar tienen una virtud intrínseca en cuanto son acciones del 'mismo Cristo, que comunica y difunde la gracia de la Cabeza divina en los miembros del Cuerpo místico; pero para tener la debida eficacia exigen una buena disposición de nuestra alma.

"Mediator Dei"
Sobre la Sagrada Liturgia
20 de noviembre de 1947
 
3) Falsedad y Verdad
38. No tienen por esto una exacta noción de la Sagrada Liturgia aquellos que la consideran como una parte exclusivamente externa y sensible del culto divino ó como un ceremonial decorativo; ni yerran menos aquellos que la consideran como una mera suma de leyes y de preceptos, con los cuales la Jerarquía eclesiástica ordena al cumplimiento de los ritos.

39. Por tanto, deben todos tener bien sabido que no se puede honrar dignamente a Dios si el alma no se dirige al logro de la perfección de la vida, y que el culto rendido a Dios por la Iglesia, en unión con su Cabeza divina, tiene la máxima eficacia de santificación.

40. Esta eficiencia, si se trata del sacrificio eucarístico y de los sacramentos, proviene ante todo del valor de la acción en sí misma («ex opere, operato»); si después se considera también la actividad propia de la Esposa inmaculada de Jesucristo, con la que ésta adorna de plegarias y ceremonias sagradas el sacrificio eucarístico o los sacramentos; o si se :trata de los sacramentales, y otros ritos, instituidos por la jerarquía eclesiástica, entonces la eficacia se deriva, ante todo, de la acción de la iglesia («ex opere operantis Ecclesiae»), en cuanto que ésta es santa, y obra siempre en íntima unión con su Cabeza.

1. Nueva teoría de la piedad "objetiva"
41. A este propósito, Venerables Hermanos, deseamos que dediquéis vuestra atención a las nuevas teorías sobre la piedad «objetiva», las cuales, al esforzarse en poner de manifiesto el misterio del Cuerpo místico, la realidad efectiva de la gracia santificante y la acción divina de los sacramentos y del sacrificio eucarístico, tratan de posponer o hacer desaparecer la piedad «subjetiva» o personal.

42. En las celebraciones litúrgicas, y en particular en el augusto sacrificio del altar, se continúa sin duda la obra de nuestra redención y se aplican sus frutos. Cristo obra nuestra salvación cada día en los sacramentos y en su sacrificio, y por medio de ellos continuamente purifica y consagra a Dios el género humano. Por tanto, esos sacramentos y ese sacrificio tienen una virtud «objetiva», con la cual hacen partícipes a nuestras almas de la vida divina de Jesucristo. Tienen, pues, no por nuestra virtud, sino por virtud divina, la eficacia de unir la piedad de los miembros con la piedad de la Cabeza, y de hacerla en cierto modo acción de toda la comunidad.

43. De estos profundos argumentos concluyen algunos, que toda la piedad cristiana debe consistir en el misterio del Cuerpo Místico de Cristo, sin ninguna consideración del elemento «personal» o «subjetivo»; y por esto creen que se deben abandonar todas las prácticas religiosas que no sean estrictamente litúrgicas y se realicen fuera del culto público.
Todos, sin embargo, podrán darse cuenta de que estas conclusiones acerca de las dos especies de piedad, aunque los principios arriba expuestos sean óptimos, son completamente falsas, insidiosas y dañosísimas.

5) Doctrina verdadera.
44. Es cierto que los sacramentos y el sacrificio del altar tienen una virtud intrínseca en cuanto son acciones del 'mismo Cristo, que comunica y difunde la gracia de la Cabeza divina en los miembros del Cuerpo místico; pero para tener la debida eficacia exigen una buena disposición de nuestra alma. Por esto advierte San Pablo, a propósito de la Eucaristía: «Examínese cada uno a sí mismo y después coma de este pan y beba de este cáliz». Por esto la Iglesia define breve y claramente todos los ejercicios con que nuestra alma se purifica, especialmente durante la Cuaresma, como «el entrenamiento de la milicia cristiana» (7). Son, pues, acciones de los miembros que con la ayuda de la gracia quieren adherirse a su Cabeza, a fin de que repitiendo las palabras de San Agustín «se nos manifieste en nuestra Cabeza la fuente misma de la gracia» (8). Pero hay que advertir que estos miembros están vivos, dotados de razón; y de voluntad propia, y por esto es necesario que acercando los, labios a la fuente, tomen y asimilen el alimento vital y eliminen todo lo que pueda impedir su eficacia. Hay pues, que afirmar, que la obra de la Redención, independiente en sí de nuestra voluntad requiere el último esfuerzo de nuestra alma para que podamos conseguir la eterna salvación.